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¿Cuándo el uno aprende a ser dos en la pasión?


Cuando estamos solas decidir cómo, dónde y con quién disfrutar qué tipo de momento y por cuánto tiempo parece ocurrir de manera fluida. Ahora bien: ¿qué pasa cuando la soltera se convierte en novia de un amante? ¿Sus ganas de compartir dejan atrás a su individualismo?

Estar acompañada es un deseo que crece en las mujeres al mismo ritmo en que lo hacen sus años; ¿significa, entonces, que a más edad mayor es su apetito de estar en pareja? Probablemente, pero también es común que permanezca en el género el deseo de integridad, casi absoluta e intacta al momento anterior de elegirse. ¿O existen otras razones que nos motiven a preservarnos?

Y acá me detengo, dije: género. Los incluye también a ellos. Porque el miedo a dejarse de lado o sufrir por una ruptura no distingue sexos, edades, ni nada por el estilo. Uno de los aspectos más difíciles de privilegiar estando en pareja es el espacio propio: los momentos de soledad, manías, costumbres, gustos. No hablo de egoísmo, sino de solidaridad: compartir lo mío con vos, y lo tuyo conmigo, y que en esa acción permanezca, como centro, la armonía.

No me refiero a la competencia, sino a un intercambio colectivo que genere la unión y a la vez un deseo mayor de permanencia en la relación por sentirse identificado con el ser amado. Tampoco menciono la existencia de una lucha de egos, sino de proclamar lugar: espacio para las actividades personales del amante, que pueden incluir (o no) a la pareja en cuestión.

Ser dos implica ser diferentes, requiere cuidar el espacio individual para atesorarlo y generar uno nuevo: el de ambos. Para ello hace falta establecer el límite de lo compartido y lo resguardado.

Limitar es frenar, parar, detenerse, no avanzar más, hasta acá: más no. Según la Real Academia Española es la línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios. Eso me importa: dos espacios: el tuyo y el mío. ¿Pensarlo así suena a hablar de un lugar que es distinto de otro?

Espacio es igual aire, lugar, amplitud. En mi lugar, decido yo; en el tuyo, vos. Según la real academia española hablamos de espacio para referirnos a la parte que ocupa cada objeto sensible; es distancia entre dos cuerpos. Y acá, otra vez aparece el ámbito para lo mío y lo tuyo: somos dos, nada de uno solo.

Entonces, en la dualidad de límite y espacio reside el privilegio del amor sano, bueno y generoso que puede existir entre dos personas libres. Mantener el rol individual dentro de la pareja puede impedir la mala costumbre y evitar así convertir los momentos de calidad en ocasiones de cantidad.

¿Cuál es la intersección del tu y yo? ¿Y su frontera?

¿Por qué se dice mi otra mitad, mi alma gemela?

Y cerrando este pensamiento es que vuelvo a pensar: ¿cuándo el uno aprende a ser dos en la pasión?


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